Receta hecha
a base de yemas de huevo y mucha historia. Son típicas de la zona de Ávila,
siendo ya un regalo tradicional de quién pasa por esta turística ciudad.
Su procedencia es algo incierta, parte de los
escritos dicen que es una herencia de la gastronomía andalusí y la otra parte
habla de una creación del Convento de igual nombre de la zona.
A nivel legal se tiene constancia que ya en
1860 se comercializaba bajo este nombre en una de las pastelerías más antiguas
de Ávila: “Flor de Castilla”, ya saber de quien fue la idea es cuestión de
opiniones.
Este dulce no es para todos los gustos, hay
amantes de las Yemas de Santa Teresa y personas que no consienten ni
darle un bocado a una. Yo me incluyo en el segundo grupo jejejeje, como dije
hace poco en la entrada del Tocinillo de Cielo... soy poco fan del sabor
intenso de la yema. Pero he de decir a mi favor que probé una ellas, me comí
una pequeñita y debo reconocer su mérito.
En casa chiflan, por eso las hice y porque la
semana pasada fuimos a visitar a mis tíos y primas a Segovia y nos dieron
huevos auténticos de pueblo, cómo se nota la diferencia de comprarlos en una
tienda en la ciudad a comer unos más puros y sanos de un pueblo en este caso
segoviano jejeje.
Además de pasar un gran día en familia, los
huevos y las super galletas rizadas que hacen en el horno de allí fueron las
viandas que volvieron con nosotros. En breve experimentaré con unas recetas
encontradas por la red, porque esas galletas me entusiasman.
Hay gente que categoriza este dulce de navideño, yo no lo veo así,
pero como queda poco tiempo, aquí os la dejo.
Yemas de Santa Teresa
Ingredientes para 14 yemas aprox.
- 12 yemas de huevo
- 200 gr. de azúcar blanca
- 100 ml. de agua
- ½ corteza de limón
- ½ rama de canela
- Azúcar glass para decorar
Elaboración
En un cazo se pone el azúcar, el agua, la
corteza de limón y la canela, no se remueve, simplemente se deja hervir unos 5
minutos y ya sí al final con una cuchara de palo se le da unas vueltas, tiene
que estar a punto de hebra. Se saca el limón y la canela, se tapa y dejamos que
se enfríe. En algunos blogs dicen de dejar los dos ingredientes que se
infusionen y dejen más aroma, yo preferí sacarlos antes para que no tuvieran
mucho protagonismo.
También hay diferencias en la elaboración,
una parte habla de verter las yemas con el almíbar todavía caliente, con el
riesgo de cuajarse y otra opción más fácil, creo yo, es dejar enfriar casi del
todo al almíbar y luego calentarlas ya con el huevo integrado, pero vamos por
pasos.
Ya tenemos enfriándose el almíbar, separamos
las claras de las yemas y estas últimas poco batidas se pasan por un colador,
para homogeneizar y eliminar posibles impurezas.
Cuando el almíbar tiene ya la temperatura
deseada, lo ponemos al fuego y despacito vertemos las yemas y con unas varillas
manuales las integramos, es importante que no se hagan grumos ni que la
temperatura sea muy alta para evitar que se cuajen antes de tiempo. Hay que
conseguir una especia de bechamel, a fuego medio removeremos constantemente con
las varillas hasta que la masa se vaya cuajando y llegue a separarse de las
paredes del cazo o cacerola. Creo que fue entre 30 y 45 minutos, es decir, que
no se hace rápido, con mucha paciencia y cariño es como se consigue la base de
esta receta, no en vano es receta de convento.
Tendrá un color anaranjado y textura suave, se deja enfriar por completo, con este frío que ya va haciendo, en un
par de horas estará listo.
En un plato colocáis el azúcar glass y con la
ayuda de dos cucharitas vais tomando pequeñas porciones de yema, mmmm, un
tamaño uva grande, como queráis vosotros vuestras Yemas de Santa Teresa. Con
las manos las rebozáis en azúcar y entre vuestras palmas hacéis pequeñas bolitas.
Ya sólo queda colocar cada yema en su envoltorio, que se puede comprar en
cualquier supermercado y se dejan en la nevera para que tomen más sabor al
menos unas horas.
Es un dulce que aguanta bien unos días o una
semana en la nevera, porque además no creo que os podáis comer más de dos...qué
dulces!!!!
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