Receta de Semana Santa, familiar y especial donde las haya; a la receta que hoy presento le tengo un especial cariño y recuerdo, el de mi abuela trayendo a casa su caja de rosquillas caseras, era blanca por fuera y dorada por dentro. Cuando llegaba y decía: “Os he traído rosquillas” todos en casa nos poníamos felices, su sabor a limón, su color tostado y su forma tan perfecta… todo eran alabanzas a esta tradicional receta.
Mi abuela paterna fue una gran cocinera, sobre todo
recuerdo platos muy finos y no muy típicos para su época. Ella aprendió de su
madre, que fue cocinera de un médico en Alcázar de San Juan a finales del siglo
XIX. Siempre que llegaba Navidad o cuando los “miércoles” íbamos a comer a su
casa nos preguntaba que íbamos a querer comer: “Huevos Villaroy, tus sándwich
vegetales, croquetas, empanadillas, leche frita, rosquillas…imposible enumerar
todas las recetas que preparaba” y ella nos lo hacía. Siempre le gustó las
delicatesen y nos enseñó a degustarlas; de ella también recuerdo los naranjines
o los troncos de leña para Navidad. Ella es otro apoyo, otra consejera más
cuando entro en la cocina y me dispongo a realizar algún plato. Sé que hubiera
disfrutado mucho con las recetas que aquí he ido presentando.
Estos sabores ya no los encuentras en tiendas, sólo en
abuelas y madres, y yo quiero agradecer a mi madre que años antes de que mi
abuela muriera le pidiera la receta, puesto que así ahora podrá pasar a las
siguientes generaciones, sino sólo nos quedaríamos con el recuerdo.
Yo hablo de mi abuela paterna porque es el recuerdo que tengo, pero mi madre dice de su abuela materna la misma canción. Ella recuerda que cuando en su casa se hacían rosquillas las hacían en grandes cantidades, de hecho esta vez hemos hecho bastantes, nos salieron en total 65 unidades y al repartirlas por la familia todos han dicho lo mismo: Mmmm como las que hacía mi abuela!!! Será cosa de abuelas darle ese amor y ese sabor… que no se puede describir porque se te mezcla tanto con los recuerdos y las emociones que hasta se te saltan las lágrimas.
Las rosquillas son de esas recetas que es mejor hacerlas
entre dos personas, sobretodo la parte de freírlas, mientras una está en la
sartén, la otra se encarga de darle la forma. También es importante ser
generoso con el aceite y cambiarle a menudo para que no distorsione su sabor y
no queden grasientas.
Cuando las hacíamos, era como una “reunión” con las abuelas
de la familia, todas allí con sus mandiles y opinando sobre cuánto azúcar echar
y hasta qué punto dorarlas. Toda una experiencia y regresión a la infancia.
Gracias abuelas del mundo y sobre todo a las de mi familia,
por trasmitir, apoyar y endulzarnos la vida!!!
Ingredientes
- 3 huevos
- 3 tacitas de las de café de leche
- 3 tacitas de las de café de aceite aromatizado de naranja
- 6 tacitas de las de café de azúcar
- 1 chorro de anís
- Raspadura de 2 limones y medio
- 3 sobres de armisen
- La harina la que pida
Elaboración
Lo primero será freír una cáscara de naranja en el aceite
para aromatizarlo, ponemos en la sartén la medida de aceite con la cáscara.
Cuando ya está dorada se retira del fuego y se deja enfriar.
En un balde grande se echan los huevos, la leche y el
azúcar, se bate con un tenedor y se añade el aceite ya frío, el anís y la
raspadura de limón. Se bate todo y por último la harina y los sobres de
armisen, estas recetas siempre se dice “la harina que admita”, porque la masa
lo indica.
Cuando ya incorporas los ingredientes secos se empieza
amasar con las manos, yo siempre utilizo sólo una, lo aprendí de un cocinero y
de esta manera puedes tenerla otra mano limpia para lo que se necesite. La masa
tiene que quedar homogénea y que no se pegue ni a los dedos ni al recipiente.
Ya toca dejar reposarla un rato y empezar a calentar una
sartén con abundante aceite de oliva.
Para hacerles la forma lo tradicional era tomar un poco de
la masa y hacer un churro largo frotándolo entre ambas manos, que luego era
unido por las extremidades, si que tengo que decir que aquí puse mi granito y
la receta evolucionó. Tomaba un poco de la masa haciendo primero una bola con
ella, luego aplastaba levemente y con un dedo le practicaba un agujero en medio,
dejaba la rosquilla en el anular derecho y con la mano izquierda le iba dando
vueltas y perfeccionando la forma, sé que es difícil de explicar con palabras,
pero en la práctica resulta muy sencillo y sé que no se me olvidará la técnica
que simplemente “recordé”.
Vamos echando las rosquillas
según el tamaño de la sartén y con una pinza o tenedor las vamos volteando para
que se doren por ambos lados. El aceite tiene que estar bien caliente, pero sin
llegar a humear.
Según su color y el gusto de cada
uno nos irán indicando cuando sacarlas; escurriéndolas muy bien, a la vez la
otra persona va añadiendo nuevas rosquillas al aceite, por eso os decía que es
mejor entre dos. Pero si no es posible, no os privéis de este manjar, puesto
que muchas ya las hemos hecho ya también solas.
Tomar una con los dedos, morderla, cerrar los ojos y deleitarse, es mi
última indicación.
Deliciosas rosquillas!
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